miércoles, 9 de septiembre de 2009

La conversión de la Historia en mito

Desde hace aproximadamente 100 años, las autoridades nacionalistas que gobiernan la Comunidad Autónoma de Cataluña desde hace aproximadamente 30, llevan flores el once de septiembre a la tumba de Rafael de Casanova, último Conseller en cap de la Generalitat feudal. Es un hecho realmente extraño cuando el caballero dejó este mundo un 3 mayo y no precisamente de 1714, fecha en la que triunfaron definitivamente las fuerzas borbónicas sobre las austracistas en Barcelona, que es lo que en teoría verdaderamente se conmemora en esa fecha, sino de 1743, a la venerable edad de 83 años, 24 años después de recibir el perdón real de su antiguo enemigo Felipe V, mansamente, en su hogar, después de llevar una tranquila vida de jurista hasta su jubilación en 1737.
Quizá se trate de una mera anécdota, pero resulta muy ilustrativa. Sobre el once de septiembre de 1714 en Cataluña se procura hacer un relato trágico en el que no se puede disponer de un héroe muriendo de viejo en la cama; no se permite que la realidad estropee un buen relato. Ahora bien, cuando la realidad está supeditada a un buen relato, lo que tenemos entre manos deja de ser Historia y se convierte irremisiblemente en mito.
Este mito, este buen relato del once de septiembre de 1714 constituye una parte fundamental del corpus ideológico del nacionalismo que nos gobierna. Todo nacionalismo requiere para legitimarse recurrir a una épica solemne que mueva las emociones. A los ejemplos me remito: la Padania, esa nueva nación que los ricos del norte de Italia se han inventado para granjearse privilegios no ha logrado llegar a los corazones de sus conciudadanos: carece de épica.
El mito en cuestión, pues, procura remontar la lucha nacionalista catalana actual a esos lejanos años del siglo XVIII, lo cual es sencillamente falso. La ideología nacionalista tardaría todavía aproximadamente 100 años en aparecer, la lucha consistía en la mera adscripción a un aspirante al trono del cual se esperaba sacar alguna prebenda. Por ello fue, ante todo, una guerra civil en la que en la propia Cataluña se establecieron diferentes bandos cuyos nombres nos resultan familiares: maulets y botiflers. Ninguna proclama del gusto de nuestros nacionalistas actuales encontraremos de entonces.
Nuestros nacionalistas han procurado sustituir la Historia por el mito, con bastante buen resultado. No sólo mezclan hechos del pasado con sus reivindicaciones del presente, sino que divulgan su mito confundiéndolo con la Historia, suplantándola en las aulas. Efectivamente, procuran hacer creer a los estudiantes que Rafael de Casanova y sus alegres compañeros luchaban por defender la libertad de Cataluña y que la Generalitat de entonces era una institución más o menos democrática, todo con la idea de crear nuevos nacionalistas, o como dicen ellos, inculcar la conciencia nacional catalana.
Lógicamente, se trata de un atentado a la disciplina de la Historia. La Historia no puede ser ni es un instrumento legitimador de regímenes. Es una ciencia que pretende conocer el pasado para entender el presente y, en definitiva, al ser humano. Si algo explica la Historia es que las mentalidades cambian y, efectivamente, nada tiene que ver la mentalidad de gente como Rafael de Casanova con la de un catalán actual, incluido, un nacionalista. Lamentable es, pues, que se substituya la Historia por el mito en las aulas, porque se le priva a los chavales de ese instrumento de emancipación para construir su propia conciencia y todo para sumirlos en un adoctrinamiento grosero que les haga fieles a la causa gubernamental. En definitiva, es impropio de un régimen democrático, pero es que en Cataluña vivimos un régimen nacionalista.
Jaume Mestre. Historiador

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